MI HUILA Y SU FOLKLOR


San Juanero, coplas  y otras actividades Huilenses


Mapa político del departamento del Huila, aquí podemos  ubicar  los municipios que lo 
conforma




Desfile folclorico





Sanjuanero Huilense, danza autóctona 



RAJALEÑAS HUILENSES



Achiras


Por aquí comienzo yo
Que no quería  comenzar    
Porque yo cuando comienzo
No tengo cuando acabar


Todas las mujeres tienen
un trapecito muy guapo
por dura que esté la caña
Sanjuanero Huilense
siempre le sacan guarapo


Todas las mujeres dicen
Que yo soy chiquito y feo
pero yo con mi palito
también me las parrandeo


Esto dijo el armadillo
sentado en un pomo roso
que tendré debajo del rabo
que me huele tan sabroso


Las mujeres a los quince
huelen aroma de flor
de los quince para arriba
van cogiendo mal olor


un pajarito yo ví
Lechona Huilense
encima e una mata de aba
no me la van a creer
pero el pajarito ahí estaba


Dices que no me queres
Por que no tengo dinero
Ninguno nació con plata
Sino con el mero cuero


Si las niñas a los trece
Se dejan morder el labio
Neiva Huila
Si la mama no les pega
Se quedan con el resabio


Por el bordo de tu falda
Yo te vi correr un piojo
Y Si te lo vuelvo a ver
Te las alzo y te las cojo


Dame a mi lo que te pido
Que no te pido la vida
Nevado del Huila
Del ombligo para abajo
Y de la rodilla pa arriba



Cuando tu a mi me digites
Que ya tu no me quería
Hasta el perro de la casa
Me miraba y se reía


No te preocupes mijito
Traje del sanjuanero Huilense
Que ya te conozco el joto
Pareces u carro viejo
Puro ruido y alboroto


No hay mujer como María
No hay hombre como José
No hay hombre que no lo pida
Ni mujer que no lo de


La mujer a que los cuarenta
No se ha podido casar
Que tenga mucho cuidado
Plata Huila
se le puede mojociar


las mujeres de hoy en día
son como la pitahaya
no alcanza a madurar
cuando el pájaro las daña


mi taita cogía tabaco
y mi mama era tabaquera
Río Magdalena

y mi me toco nacer
con todo el tabaco afuera


a mi vecina de al frente
se le quemo el delantal
si no llegan los bomberos
se le arde lo principal


Cuando yo estaba chiquito
Todas me querían besar
Ahora que estoy grandecito
Represa de Betania-Huila
Todas se hacen del rogar

 
Las mujeres a los quince
Tienen las tetas paradas
De los treinta para arriba
Parecen quimbas colgadas


Esto dijo el gallo viejo
A la gallina carioca
Aunque te haga la arisca
De que te toca te toca


Ahora que ya estas caliente
No lo dejemos enfriar
Mira que cuesta trabajo
Que se vuelva a calentar


Mi chatita es muy bonita
Lástima que sea tetona
Y debajo de una teta
Sitios Nocturnos

Tiene nido una ratona


Me puse a lavar un negro
A ver que color tenía
Y entre más lo refregaba
Más negro se me ponía



Esta noche llueve y llueve
Dijo la garrapatera
Mételo todo mijito
Discotecas
No me deje nada afuera


Antenoche tuve un sueño
Anoche volví y soñé
Que me miaba y que miaba
Hasta que por fin me mié


Una vieja no tan vieja
De la edad de mi abuelita
Se puso a matar torcazas
Y mató a mi tortolita

Desierto de la Tatacoa-Huila

Ayer pase por tu casa
Y te encontré indiferente
Las gallinas se asustaron
Y el gallo arrugo la frente


Una vieja maldecía
a una polla saraviada
por que comió longaniza
revuelta con empanada

Termales de Rivera -Huila

El sapo estaba pensando
Que la sapa no lo daba
Pero tenía un lagartijo
Que ni pa miar lo sacaba



Los calzones de mi suegra
Un chulo se los llevo
Aparecieron los calzones
Pero el chulo se murió
San Agustín Huila


Yo tenía mi tortolita
Y se me volvió torcaza
Cuando la saco y la miro
Semejante tortolaza


Dicen que los sapos muerden
Yo digo que son guayabas
Anoche dormí con uno
Estrcho del Magdalena-Huila
Solo la lengua sacaba


Mamita no me regañe
a usted también le gustaba
Abrirle la puerta al otro
Cuando mi taita no estaba


Ayer se volo mi novia
Con un músico ya lo se
Será que le tocó bueno
Desierto de la Tatacoa
Lo que yo no le toque


El que enamora casada
Vive muy descolorido
Será por las trasnochadas
O por el miedo al marido


Quien fuera como la vela
Que se quema y queda cabo
Todos miran rabo ajeno
Pero ninguno su rabo


Una negra me ofreció
El bizcocho tostadito
Le dije no tengo dientes
Mejor deme del blandito


A la dama que está aquí
Le vi las medias azules
Y un poquito más arriba
Sábado, domingo y lunes


Yo no quiero a las mujeres
Hacienda
Ni con ellas tengo trato
Por que huelen a ratón
Y me alborotan el gato



Adán y Eva jugaban
Con frutas de mano en mano
Eva le daba manzana
Y Adán le daba banano




Compañero me da risa
Y a la vez me da guayabo
Cuando uno va pa viejo
Cascada
El mechito va pa abajo


Toda mujer que es chiquita
No sirve para casada
Por que le mata al marido
Con el hueso e la quijada


El gallo en el gallinero
Que bien se sacude y canta
El que duerme en cama ajena
Pasitico se levanta


Feliz el hombre  casado
que tiene mujer bonita
aunque el hombre llegue a viejo
las ganas no se le quitan









                                                             "El Embajador de la India"
 
Escrita por el Periodista, Abogado y Escritor, Vicente Silva Vargas,el 07 de diciembre de 2012 en su blog personal; nacido en Garzón, pero vivió y estudió en Tarqui, Huila.
 
Esta semana ―del 10 al 17 de diciembre― se cumplen 50 años del escándalo protagonizado en Neiva por un hombre que se hizo pasar como embajador de la India en Colombia. Este risible episodio que marcó a los huilenses como ingenuos y bobos y que ha servido para hacer canciones,Teatro, una película y hasta bromas de mal gusto, es reconstruido en las siguientes líneas paso a paso. 
 



Jaime Torrez Holguin el hombre quese hizo pasar como embajador de Colombia, foto cedida al periodista Olmedo Polanco



Memoria.
 
Todo empezó la segunda semana de diciembre de 1962 cuando llegó a Neiva Jaime Torres Holguín, «antiguo seminarista de la ciudad de Garzón», un hombre con gran poder de convicción, genuina capacidad para imitar personajes, dominio perfecto del latín e impecable manejo del inglés, el italiano y el francés. En el autoferro que viajaba de Bogotá a la capital del Huila este hombre se topó con un ingeniero bogotano que adelantaba un trabajo especializado en una reconocida empresa de la región. Al comentarle a su ocasional compañero de viaje sobre el insoportable calor, Torres Holguín le respondió en un extraño acento revuelto con español lo que descrestó al profesional que enseguida empezó a preguntarle de todo como si fuera un viejo conocido.
 
El extraño le dijo en su enredo que iba «a conocer las ruinas de San Agustín» y bajando la voz le confesó que era el embajador de la India en Colombia aunque le pidió discreción debido a su jerarquía. No obstante, tan pronto se dio cuenta de que su ocasional compañero había mordido el anzuelo empezó a hablar más de la cuenta. Primero explicó que viajaba en tren porque su lujoso automóvil oficial se había varado en Espinal y enseguida anotó que tan pronto fuera reparado por mecánicos enviados de Bogotá su chofer particular lo llevarían hasta Neiva con su equipaje para proseguir hasta el Parque Arqueológico.
 
Su conocimiento sobre la cultura india, el rostro cetrino, el cabello negro y grasoso, su convicción en cada tema abordado y los gestos que le parecían idénticos a los del Mahatma Gandhi que él había visto en las películas en blanco y negro, dejaron atónito al ingeniero. Desde ese momento empezó a tratarlo como una personalidad única en su vida que no podía pasar desapercibida por esas tierras y por eso, tan pronto llegó bien de mañana ese lunes 10 de diciembre a la vieja estación de Neiva donde era esperado por el comerciante Alvaro Díaz Chávarro, se ahorró los saludos y gritando desde el estribo del tren decidió compartir la gran primicia: «¡Les presento al señor Embajador de la India, pero no digan nada porque viene de incógnito!».
 
Los primeros en apuntarse a la lista de este memorable capítulo de la lambonería nacional, tan pintoresco como muchos relatos del realismo mágico de Gabriel García Márquez, fueron el ingeniero que lo descubrió, Díaz Chávarro ―llamado Aldíchar, como su almacén― y otros hombres que se volvieron expertos en reverencias y genuflexiones. Los siguieron otros personajes de la banca, el comercio y la industria que a las carreras desempolvaron el Manual de Urbanidad y buenas maneras de don Francisco Carreño para poner en práctica anticuadas normas de protocolo, así fuera sólo por las apariencias.
 
Otros se fueron por la más fácil y llamaron a las autoridades para que no pasaran por la vergüenza de ignorar a un dignatario de esa categoría que por primera vez honraba con su presencia a las gentes de aquellas tierras olvidadas. Aunque en un comienzo el gobernador Gustavo Salazar Tapiero no se tragó el cuento porque la Cancillería no se tomó la molestia de notificarle semejante acontecimiento, muy pronto la gran cantidad de llamadas y de visitas al despacho le hicieron cambiar de parecer. El argumento era sencillo: se trataba de una visita no oficial sobre la cual el Embajador había pedido absoluta reserva.

Su advertencia no sirvió de nada. Al contrario, la noticia sobre la llegada de un personaje exótico proveniente de un país igualmente exótico se regó como pólvora. El gobernador, los secretarios del Departamento, el alcalde de Neiva y el gabinete municipal dejaron de trabajar. Los altos mandos militares y de policía cesaron la persecución de los últimos pájaros y chusmeros y empezaron a lustrar sus charreteras para salir en las fotos. Los comerciantes encargaron sus negocios a los dependientes y la media docena de periodistas, acostumbrados a los incendiarios agarrones verbales entre liberales y conservadores, por fin tuvieron una chiva y un personaje de talla mundial.
 
Entre lisonjas y ágapes

Desde el instante en que llegó, el administrador del Hotel Plaza, el más importante de la ciudad, se fajó en atenciones. De entrada, le asignó la suite presidencial y ordenó acondicionarla conforme a los gustos orientales del visitante. Sin consultarle nada al huésped, dispuso una permanente dieta vegetariana ajustada a sus costumbres y pidió vigilancia policial para que nadie interrumpiera su sesión de yoga ni lo distrajera durante sus oraciones sagradas. De ñapa, instruyó a meseros y camareros para que saludaran inclinándose con reverencia y mandó que en los altoparlantes sólo se escuchara música de la India.

Según relataba el cronista Víctor Cortes Castro en el semanario El Debate, ya entrada la tarde, el gobernador, su gabinete en pleno y unos cuantos colados decidieron caerle de sorpresa para presentarle una saludo protocolario, pero al llegar les tocó parar en seco cuando vieron que el Embajador no estaba embutido en un elegante traje de etiqueta sino parado en la cabeza, en aparente estado de meditación. Después de largos minutos de espera, Torres aparentó regresar a la realidad identificándose como Shri Lacshama Dharhamdahaj y aunque quiso mostrar unas credenciales que no tenía, el gesto fue rechazado porque su indumentaria —una túnica blanca y un turbante armados con sábanas del hotel— no dejaron la menor duda de que se trataba de un hombre llegado de lejanas tierras «para fortalecer los lazos de amistad y cooperación entre dos naciones hermanas».
 
Informados de que el ‘diplomático’ no tenía su vestuario, funcionarios y miembros de la alta sociedad ejercieron como sapos de oficio y a las volandas buscaron costureras para que le improvisaran atuendos parecidos a los de algunas castas hindúes. Torres Holguín ―apersonado de su papel― les pidió que no se molestaran porque estaba a la espera de su equipaje para proseguir hacia el sur, pero los anfitriones insistieron y dejaron que el dueño de Mi Lord ―el almacén de ropa más importante de la ciudad― pusiera todos sus inventarios a disposición del visitante. Lo mismo hicieron otros personajes que formaron comités para que todos sus caprichos del Embajador fueran atendidos al instante. Uno de ellos fue Miguel Ángel El sapo Villoria, periodista y poeta que haciendo alarde de su apodo le regaló un anillo con el escudo familiar. Algo parecido hizo el prestigioso médico Abelardo García Salas ―Cavicas― al desprenderse de una fina camisa de seda griega comprada por su suegro en Europa.

Hasta don Oliverio Lara Borrero, uno de los empresarios más importantes de Colombia, cayó en las redes de Torres. Ambos hicieron tan buenas migas que en los continuos homenajes al visitante se les escuchó hablar con propiedad del buey Apis ―el toro mitológico de la cultura egipcia― y de la posible importación de bovinos desde la India a Colombia debido a la sobrepoblación originada por la prohibición hinduista de consumir carne de animales sagrados. Se dijo entonces que don Oliverio ―quién sí conocía ese país y Torres que lo había visto en enciclopedias― compararon al Ganges y el Brahmaputra con el Magdalena y el Cauca, elogiaron las milenarias riquezas culturales de Calcuta y Bombay y hasta les hallaron similitudes entre Popayán y Cartagena. 
 
Así como Lara lo atendió, otro grupo le organizó un homenaje con comida, música, baile y aguardiente en una hacienda llamada El Viso. Allí el Embajador quedó extasiado con la imponencia del paisaje y los árboles de totumo que en su postizo acento ―haciéndose el ignorante― se empeñó en llamar ‘tutumas’. Como si fuera poco, aparentó sus convicciones religiosas cuando los dueños de casa le sirvieron provocativas bandejas repletas de lomo fino de res y auténtico asado de cerdo huilense. El incidente fue superado cuando le llevaron desde Campoalegre ensaladas de frutas y verduras que devoró a regañadientes. Mas adelante, el exembajador contó que esa fue la prueba más difícil ya que estuvo a punto de caer en la tentación de probar al menos un bocado de la gran cantidad de humeantes rebanadas puestas a su disposición. 
 
El hombre de largo e impronunciable identidad que se ufanaba de ser descendiente de una vieja casta hindú no se limitó a ser atendido pues desde un comienzo ofreció favores a todos los pedigüeños que se le atravesaron. Las primeras fueron agraciadas damas de todas las edades que hicieron cola para que su excelencia, metro en mano, les tomara las medidas para confeccionarles el sari, el traje típico de las mujeres de su país. Aún se comenta que abuelitas ilustres, señoras dedo parado, algunas solteronas y ciertas señoritas en edad de merecer, le imploraron que les regalara vestidos en colores brillantes, tal como mostraban las revistas de la época a una señora llamada Indira Gandhi. Los hombres no se quedaron atrás a la hora de pedir. A Alberto Vargas Meza le prometió llevárselo para que estudiara farmacia y lavandería, al aviador Héctor el Loro Jiménez le dijo que pensaba contratarlo como piloto de Indian Airlines, al periodista Jorge Andrade le anunció una beca para especializarse en periodismo, al empresario Ignacio Solano le quedó de enviar semillas de pasto del desierto y a Aldíchar le regaló un lente de cine que nunca le llegó.
 
Vicente Silva Falla, corresponsal de El Espectador, relató que Torres Holguín ―oriundo de Yaguará y sobrino del respetabilísimo monseñor Félix María Torres quien años después fue arzobispo de Barranquilla― estaba seguro del final de su película en cuestión de horas. Por eso apuró los preparativos de un banquete de gala en el Hotel Plaza para 250 invitados especiales a quienes quería corresponder en persona por «las generosas e inmerecidas atenciones brindadas». Para no dejar nada al azar e impedir que fuera descubierto antes de tiempo, el propio Embajador mandó a timbrar tarjetas para el martes 18 y encargó a un famoso restaurante bogotano la preparación de la cena y el envío a Neiva, en avión, de banqueteros, cubiertos, mantelería y bebidas. De remate, tan pronto como se escabullera del hotel sin su atuendo junto con un compinche de Garzón, pensaba dejar debajo de los platos de cada invitado un mensaje demoledor: «No soy embajador de la India, soy Jaime Torres Holguín. Chupen por opitas, lambones y pendejos. Cada quien paga su plato».
 
El señor ex embajador

Seguro de que jugaba en el filo de la navaja, Torres decidió continuar con su papel al aceptar dos homenajes más. El primero fue el viernes 14 de diciembre cuando recibió los honores militares ofrecidos por el Batallón Tenerife y su comandante, coronel José Pepe Rivas, con motivo de la fiesta de Santa Bárbara, la patrona de la artillería. Esta vez, tal como contemplaba el protocolo militar, los invitados especiales ingresaron con anticipación al casino de oficiales y luego, muy circunspectos lo hicieron el gobernador Salazar Tapiero y el alcalde Julio César García. Por último, el señor embaucador  fue saludado con honores militares reservados a los jefes de Estado y música marcial interpretada por la banda de guerra. Luego, todos los invitados pasaron a manteles.
 
El sábado 15 el turno fue para el Club Campestre que ofreció una elegante recepción en la que la selecta concurrencia fue vestida de gala: de esmoquin los hombres y con traje largo las mujeres. Para infortunio de Torres ―o tal vez para su beneficio― un condiscípulo suyo en el Seminario Conciliar de Garzón lo reconoció esa noche cuando intentaba bailar un complicado sanjuanero y envalentonado por varios anises entre pecho y espalda decidió romper el protocolo para gritar con marcado acento opita: «Oooole Jaime Torres, ¿usted qué hace por aquiiiiiì?» El Embajador, sorprendido y asustado, le guiñó un ojo y sólo atinó a responderle: «usted estar equivocado». Urbano Cabrera, como se llamaba el excompañero, fue retirado a la fuerza por soldados del batallón que lo amenazaron con mandarlo al calabozo por borracho e irrespeto a la autoridad. Superado el incidente, el gobernador le pidió a su excelencia que abriera el baile en su honor. Mujeres de todas las edades bailaron con él e incluso hubo varias que le coquetearon de frente para ganar sus afectos y tener la remota esperanza de convertirse algún día en una de las tantas mujeres de su harén. Pero la suerte de Jaime estaba marcada para esa noche y ese lugar porque Cabrera, herido por haber sido sacado a empellones y convencido de conocer al impostor, buscó a Ignacio Solano Manrique, secretario de Hacienda del Huila, para contarle su verdad.
 
Cabrera, ‘cabreado’ como estaba, habló sin rodeos: «Ese no es ningún embajador de la India, ese es Jaime Torres Holguín, compañero mío del seminario de Garzón. A él le decíamos el Caleño porque tenía vínculos con el Valle y hasta allá se fue hace mucho tiempo». Una vez superó la sorpresa, Solano Manrique le informó a Salazar Tapiera para que acabara con la farsa pero el gobernador, más preocupado por la ridiculez en la que estaba envuelto, primero le pidió a la Policía que confiscara y destruyera todos los rollos fotográficos en poder de los fotógrafos que estaban en la fiesta y en los cuales, con toda seguridad, aparecían él y muchas familias linajudas rindiéndole pleitesía al embajador de un país que muy pocos sabían dónde quedaba. Luego, muy a su pesar, encaró a Torres Holguín, que con mansedumbre admitió su verdadera identidad, tiró al suelo su colorido turbante y una falsa piedra preciosa en la mitad y les gritó a todos que no era diplomático ni nada parecido y que fueron ellos mismos quienes, en un alarde de zalamería e idiotez, lo nombraron Embajador.
 
Los avergonzados opitas que hasta minutos antes le habían sobado la chaqueta, cambiaron de semblante al vilipendiarlo con un variado repertorio de palabras vulgares de la región y hasta intentaron agarrarlo a trompadas. En un permanente de la Policía, esposado e incomunicado en el calabozo, Torres Holguín pasó todo el domingo en carácter de exembajador y solo hasta el lunes 17 fue enviado ante un juez municipal que lo interrogó hasta la saciedad porque, supuestamente, había cometido cuatro delitos. Al final de la tarde, el funcionario lo dejó libre al concluir que no robó por ponerse ropa que le regalaron ni al lucir adornos prestados. Tampoco falsificó documentos públicos o privados porque nunca los exhibió o le fueron exigidos, ni estafó a nadie porque no firmó documentos o contratos ni tumbó al hotel ya que alguien pagó su cuenta. Por último, se determinó que no hubo suplantación de autoridad extranjera alguna porque si bien India y Colombia tenían relaciones diplomáticas y comerciales desde 1959, en ese entonces no había embajador ni embajada en Bogotá (la legación india apenas se estableció en 1973).
 
Dicen las malas lenguas que al día siguiente, muy temprano, los numerosos anfitriones y sus familias que en la última semana miraron por encima del hombro a vecinos y amigos por estar detrás del Embajador, desaparecieron de Neiva y sus contornos sin ninguna explicación. Unos fueron hospitalizados porque no resistieron la humillación aunque dijeron que se trataba de chequeos de rutina. Otros viajaron a Bogotá, Cartagena y Miami dizque en viajes de negocios en plena Navidad cuando lo cierto es que trataban de evadir la tomadura de pelo de amigos y enemigos. Los demás, al no quedar ni una sola foto acusadora de su arribismo, negaron haber visto en sus vidas a un tal Lacshama y hasta llegaron a decir que no sabían de qué tribu india les hablaban. Es más, con el paso del tiempo ha sido casi imposible hallar un testigo directo de aquellas jornadas de ridículas reverencias como si los hechos hubieran sido arrastrados por una avalancha.


Promoción 2011                                                   Golpe en la cara
  

Cuide la espalda
  



RELATOS DE MI NEIVA

 

CATÓLICO, APOSTÓLICO Y NEIVANO

Ah, mi Neiva calenturienta y arrebolada. Tierra hermosa de calles a medias y casas rústicas, donde parece que el reloj se detuviera a determinadas horas –a medio día para ser más exactos--; y en donde hasta el sol se toma su tiempo, se esconde, saca la sombrilla y se resguarda del impresionante calor.

Neiva, la de los años 70 y 80, donde las oportunidades no fueron precisamente ni cultivo, ni cosecha. Donde la educación no llegaba ni se daba, como las guayabas, mangos y mamoncillos, en todos los solares de las casas. Donde muy pocos eran dueños, amos y señores de todo, y casi todos nos conformábamos con nada. Esa era mi Neiva hermosa.

Quizás algunas cosas hayan cambiado, unas para mejor, otras no tanto. Otras tal vez siguen igual. No soy quién para juzgarlo. Pero, sin embargo, de lo que sí estoy seguro es que Neiva es mi terruño querido, lugar donde me crié y crecí.

Pueblo que para mediados de año se transformaba y abría sus puertas a todos los “turistas de otra parte” que venían a disfrutar las carnestoléndicas jornadas sampedrinas.

Neiva no era lo mismo, de eso doy fe. La gente cambiaba. Era más alegre, desbordaba así fuera ocasionalmente en identidad y cultura. El sanjuanero, las rajaleñas, la matada del marrano, la hechura del acompañamiento (insulso, envuelto, arepa delgadita, masato, rellena, bofe, corazón y morcilla), y la consabida sacada de manteca de marrano, que al contrario de hoy, no era perjudicial ni dañina, si no que se constituía en el reemplazo del aceite para la preparación de los alimentos. Esta duraba, incluso hasta el mes de agosto.

VERDADES A MEDIAS

Dos mitos regionalistas nos distinguían a nivel nacional: el hablado y la pasmosidad y lentitud con la que –decían—hacíamos las cosas. Lo que los más dañinos han querido tildar de pereza.

Algunos paisanos se enojan, en cambio otros orgullosamente seguimos profesando y exhibiendo.

Sobre el hablado, acompasado y alargado en nuestras expresiones, considero que es identidad y hace parte de nuestra esencia. Así es como hablamos, nada qué hacer. Así como el costeño trata de acortar las palabras, el opita las extiende. De ahí el cuento del bus más largo y el más corto de Colombia. El más largo está en Neiva: “allá viene el buuuuuuuuuuuus” y el más corto está en la Costa: “allá viene el bú”. Yo no sé por qué hay gente que le da pena y se molesta por eso.

Sobre la lentitud con la que hacemos las cosas, es un mito que el imaginario colectivo, a veces despectivo de otras regiones, quiere imponer para ‘ofender’ a los opitas. El problema no es ese. El problema es que los opitas creamos en eso, porque ahí sí estamos perdidos.

La historia que conozco es que, debido al acentuado calor que desde las diez hasta las 3 de la tarde castiga la ciudad y la región, era muy común que las jornadas laborales —agrícolas y al aire libre— fueran desde las 4 hasta las 10 de la mañana y otra de 4 de la tarde, incluso hasta tardías horas de la noche. De 10 de la mañana a 4 de la tarde, la gente se encerraba en sus casas, muchas veces durmiendo la siesta. Eso determinó que nos pusieran en un plano de “flojos pa’l trabajo”. Unido al hablado acompasado y lento, pues así nos fueron calificando.

Yo, me declaro neivano y opita de pura cepa. Nada me hará cambiar mi esencia ni idiosincrasia. Opita por aquello de opa mijo, ópale, se está pasando, opale viva la fiesta, opa que fue eso? .Para todo era opa. Por esa  razón nos llaman opitas.

Dicho esto, entramos en materia. ¿Cómo fue mi niñez, crianza y crecimiento en una ciudad que como dijimos tan poco ofrecía? Pues, ténganse de atrás, porque la pasé muy bueno… como dice el estribillo popular.

Mis recuerdos de niñez se concentran en el Primero de Mayo, barrio longitudinal a la calle 11 de Neiva entre carreras 16 a la 23 más o menos, porque sigue el barrio 20 de julio y luego el 07 de agosto (pa’ que vean que es planeamiento del sector era cronológico). Corrían los primeros años de los 70. De allí rescato la memoria del celador de la escuelita Guillermo Montenegro, un señor de edad avanzada —llamado Fermín— que nos contaba la historia de cómo su hermano Cándido Leguízamo había sido el héroe en la guerra con el Perú, por allá en el año 1932.

Distracciones? Pues varias, que les contaré a continuación.

DESCUBRIMIENTO DE DOS MUNDOS

Para un niño de esa edad, en esa época entretenido era recorrer la Toma desde el barrio 7 de agosto, que --desde su nacimiento—incluso permitía pescar. Ese riachuelo o quebrada (bocatoma del acueducto municipal) fue testigo de muchas hazañas infantiles. Era todo un paseo hacer la travesía. Arrancábamos desde el mismo puente del ferrocarril (carrera 16) que marcaba la diferencia entre la Toma canalizada hacia el occidente y la inhóspita y ávida de explorar Toma llena de avechuchos y fauna silvestre y citadina hacia el oriente. Toda una aventura. Recorríamos el trayecto como “niños excursionistas” descubriendo nuevos mundos. Lo cierto es que lo descubrimos mal contadas unas cien mil veces.

La parte occidental del atractivo recreacional era subir y bajar por el mismo riachuelo ya “acanalado” hasta que alguien resbalaba y hacía trepidar toda la estructura desde su nacimiento hasta la misma desembocadura… el totazo era fenomenal. Pero el peligro no era tanto el golpe si no más bien el olorcito con el que quedábamos impregnados, y que para ese trayecto ya venía matizado y acompañado de toda las aguas servidas de la ciudadanía neivana.

LA PASADA DEL TREN

¿Quién en su niñez, estando en Neiva y viviendo cerca de la línea férrea, hizo concursos de equilibrio sobre los rieles y apuestas de carreras; además de esconderse en los huecos del puente de las ceibas para ver el auto ferro por debajo y también  se nos ocurría colocar su oído pegado al riel y adivinar cuán cerca venía el tren, auto ferro o carro motor? Más de uno tiene la cicatriz de una oreja quemada por el canicular sol neivano.

¿Quién, a su vez, no aprovechaba la pasada del tren para “machucar” las tapas de gaseosa y cerveza, dejándolas tan lisas que quedaban listas para jugar tres huecos, cinco huecos y fabricar las populares panderetas de Navidad?

LOS JUEGOS DE MODA

Era común –y gradual por temporadas comerciales— que salían del baúl o había que comprar los trompos, las bolas o canicas, el yoyo, el plato chino, la coca, el frisbee, el hula, hula. En las niñas, el Yaz. Artes lúdicas tradicionales que creaban a nivel barrial grandes ídolos y campeones a emular. Lo cierto es que cuando uno ya era un ‘duro’ para el juego, pues llegaba otro nuevo y había que actualizarse.

Entretenciones que se mezclaban con juegos de habilidad y destreza como Yeimi, salto de lazo, la correa  escondida. La vuelta a Colombia con canicas o bolas. stop (congelado), en donde también el escondite salía a relucir. Claro, no faltaba el escondite americano, al que uno como pequeño no tenía ni la más remota posibilidad de jugar. ¿Era cuestión de cédula, de hormonas o de ingenuidad? Vaya uno a saber.

FÚTBOL CON SABOR A TAMARINDO

Actividad recreacional que inundaba de alegría nuestras infantiles etapas. Era –ni más ni menos— atravesar la Toma en su costado norte y llegar al vértice en el que confluían la carrilera y la bocatoma. En la parte sur del estadio Plazas Alcid había un árbol de tamarindo que en su temporada brindaba a todo el que llegara las delicias de una fruta exótica. El caso es que, el problema no era bajar la fruta, si no llegar hasta el sitio. Todo tenía su hazaña y tiene su riesgo. Nos tocaba granjearnos –unas veces amistosamente, otras no tanto— con los párvulos del barrio la Libertad. Eran confrontaciones sanas, en los que si había pelea era entre fulano y zutano, sin intervención de nadie más. Era a puño limpio y la intención nunca fue eliminar a nadie, si no de marcar territorio. Muy próspera y prolífica eran las épocas donde dedicábamos el tiempo a la recolección de mangos, mamoncillos y guayabas; donde más guayabas había era sobre la orilla de  la  quebrada el Venado en la parte superior o cabecera que colindaba con el río las Ceibas; pero este territorio lo tenían dominado los muchachos del barrio Las Granjas. Uno tenía que internarse por esos espesos montes y no permitir que le cogiera la noche, porque era difícil salir de ellos.

Igualmente, idéntico ejercicio tocaba realizar para “colarnos” en los partidos que solían llevarse a cabo en el estadio (para ese tiempo construido en ángulos y tablas). Actividad: ir a ver por debajo de las graderías, al final del partido, a quién se le caía plata o algo de valor que quedara abandonado en el piso. O volverse amigo del señor que repartía camisetas para lograr alguna y ese era el distintivo  como recoge bolas  en esos encuentros,

MADE IN COREA

Así como lo oyen, desde el mismísimo país asiático, para la niñez y juventud del sector centro-occidente de Neiva.

Nunca supimos su nombre de pila, pero fuimos testigos de su gran amor patrio; de su gran servicio y vocación militar. No por nada era el Comandante en Jefe del parque Calixto Leyva, Barrio de las Granjas, . Muy temprano llegaba y se encargaba, con voz y mando militar, nada más y nada menos, de organizarnos estrictamente en orden de llegada. Eso sí, primero las niñas, pero sin colarse ni repetir fila. Era un orden detallado para acceder a los columpios, pasamanos, a la cadena y, en fin, a las diferentes diversiones. Era el árbitro y juez que dirimía las disputas que no faltaban entre los muchachos. Nunca aceptaba la violencia como respuesta. Nos invitaba siempre a cumplir y a ser respetuosos de las normas y de las personas. Recuerdo que decía que si uno cumple no tiene por qué preocuparse.

Era todo un personaje. Vestía sombrero texano, botas ídem, blue jean y camisa de cuadros, correa con una chapa ancha. Gafas oscuras, al mejor estilo latin-lover. Me parece estarlo viendo, esgrimiendo su única arma: el silbato con el que nos hacía quedar “paralizados”.

Morocho le decíamos. Sabíamos también que era veterano de la guerra de Corea y que no tenía familia. Que ofrecía sus servicios de manera voluntaria y desinteresada para que “todos los niños pudiéramos usar el parque”. Obvio, no faltaban aquellos que se adueñaban de las atracciones, pero Morocho llegaba siempre a imponer el orden.

LA ESTACIÓN FUE MI DESTINO.

No es que sea hombre mundano, ni tampoco callejero. En menos de diez cuadras a la redonda, lo que tenía era diversión.

Fui creciendo y en la misma medida, fui conociendo más mundo. Próximo destino: la Estación del Ferrocarril. Sitio plagado de diversión y entretenimiento, pero no exactamente para nuestra edad. Todo era para gente mayor. Sin embargo, cuando llegaba el auto ferro, era entretención ir a ver quién llegaba o se iba… acto seguido, la consabida “colada” para ir a dar la vuelta del auto ferro (giro que daba diez cuadras arriba de la estación para quedar nuevamente en dirección a Girardot).

El tren de la alegría, que traía las candidatas al reinado nacional, era todo un acontecimiento su llegada a Neiva. Allí confluía toda la crema y nata.

También fue de primera clase el espectáculo que los borrachines de la Estación y el bar “Guaitipán” ofrecían a los transeúntes. Verdaderas jornadas boxísticas que aprovechaban algunos para sacar sus dotes de locución y presentación, narrando en detalle los pormenores de la pelea entre fulano y zutano (otra vez los peleoneros, sí señor). Llegaban desde el Barrio Las Granjas con un entrenador de apellido Vallejo y se las daban de muy importantes por que traían a su gran boxeador Joselito.

Cerca de allí también estaba (no sé si habrían más en ese momento) la discoteca Arde París, donde iban las parejas a divertirse.

No faltaba el asadero SuperPollo, lugar de obligada concurrencia de las familias neivanas. Negocio que se disputaba con Las Vegas la gratitud de propios y visitantes. Eran los negocios de moda y de mostrar.

EMPRENDIMIENTO INFANTIL

Importante resaltar que en edad cursante, ya había incursionado en menesteres del comercio como la venta de escoba pajarito, el migajón, guayabas, mamoncillos y la granza.

Gracias a que mi tío Jaime era el conductor de un vehículo férreo llamado carro motor o gasolina. Además de que él vivía en Villavieja, pueblito cercano una hora a Neiva, pues aprovechábamos cuando vacío hacía sus viajes de esta población hasta la capital, para traer nuestros productos. En efecto, teníamos que ir a recoger la escoba, el migajón y la granza.

La escoba era una planta que tenía cualidades de alta durabilidad y resistencia, que las señoras aprovechaban para barrer. El migajón, por su lado, se componía de boñiga de caballo, que servía de abono para los jardines de las casas. Por su parte, la granza era un residuo de la cáscara del arroz, que recogíamos de los silos de Idema a borde de carrilera, que al ser tratado, daba una especie de polvo grueso de color violáceo, que de todos modos, servía como detergente y jabón de loza. La bolsa de guayabas y de mamoncillos que recogíamos del Venado, de una de las quebradas que cruzaban la vía hacia el corregimiento de Fortalecillas.  Nos hubiera ido muy bien, pa’ qué, pero a nuestra edad, y en ese tiempo, era muy normal que pidieran la mercancía y no la pagaran. Eso no lo entendí de los mayores.

CURIOSIDAD DE EXPORTACIÓN.

Ya habiendo recorrido tanto mundo, y con las ganas de descubrir que el agua moja, pues extendí mis excursiones hasta el centro de la ciudad. Me internacionalicé para ser más exactos. Allí si me percaté de que el mundo no se circunscribía a mi barrio, el Primero de Mayo.

Como mi abuelo tenía un puesto donde vendía plátano, pues en achaques de ir a acompañarlo y ayudarle en los quehaceres comerciales y transaccionales, todos los sábados y domingos me iba para la galería a “chismosear” como decíamos antes, hoy al decir de los jóvenes es “acumular millas”.

LA “GALEMBA” TODO UN CENTRO MUSICAL Y DE CULTURA

En el ambiente de una galería o plaza de mercado, como en todos los pueblos del país, conoce uno la cultura regional. Que la venta de alimentos, de artesanías, de utensilios baratos y hechizos. Muy al contrario del pensar de muchos. Pero más allá de adquirir identidad –para mi orgullo— alcancé algo que me dio, me da y me ha dado increíbles frutos.

Primeramente, en una de mis “correrías” me encontré lo que durante mucho tiempo fue para mí una gran entretención. En una sencilla y humilde caseta, sin más decoración que su mismo arte y habilidad musical, se encontraba un personaje icónico para la memoria cultural huilense.

Era José Antonio Cuéllar Meléndez. Nombre que quizás no traiga nada a la memoria del lector, pero si le digo que le decían “Rumichaca”, tal vez sepa de quién hablo. Sin embargo, y como lo más probable es que la juventud no lo conozca, les digo que fue –a mi modo de ver y en mi humilde opinión y vivencia—el que con el doctor Miguel Barreto, y un grupo de personas, crearon lo que durante 61 años se llama el Festival del Bambuco.

Pero ¿cómo un hombre tan importante pasaba sus días “dele que dele” al tambor en una destartalada y descuidada caseta de la plaza de mercado de Neiva, sin que tuviera la importancia debida? Porque así es la vida… y más en mi tierra.

De él aprendí los pormenores del rajaleñas… El retumbar de un tambor bien “ajinao”, como decía, o la gran diferencia entre la ráfaga tastaseada de un “macho-renco” y el acompasado y bien llevado ritmo del rajaleñas. Me habló de las variadas formas de versificación y tonalidad como la de Teruel, la de Fortalecillas y la de Peñasblancas.

Alguna vez llegó allí el padre Andrés Rosa. De origen italiano, pero más opita que el mismo rajaleñas, que fue capaz de describir, dar forma e identidad a lo que parecía una simple rima coplera campesina, a todo un estilo musical, orgullo huilense.

Tanto el uno como el otro, no ahorraban calificativos para decirse lo que mutuamente se admiraban y lo que habían logrado para la historia.

Mejor dicho, palabras más, palabras menos, hice mi diplomado y especialización en rajaleñas. Quién creyera, a mis 11 años tuve el profesor más calificado: uno de sus creadores. Y para dar fe de mi evolución musical, el padre Rosa no solo me dio la bendición, si no que fue mi director de “tesis”.

En las “vueltas de plaza” conocí también al “de la hojita”, un parroquiano –del que nunca supe su nombre-- que se ganaba la vida haciendo sonar una hoja de naranjo o limón, en medio de sus labios, en cuya vibración se desprendía un sonido muy musical al oído y que era deleite de visitantes y turistas. Un verdadero patrimonio inmaterial que deberíamos rescatar.

Al volverme “baquiano” en el arte de deambular, pues integré el ejército de jóvenes que se ofrecían a cargar canastos desde la galería hasta el paradero de buses, travesía que obligaba a cruzar un paradisiaco lugar:

TRABAJE, LEIGA E INSTRUIGASE.

El Pasaje Camacho. Lo conformaba toda una manzana, en la que se vendía de todo y para todos. Allí adquirí y empecé a disfrutar de uno de los más grandes placeres: la lectura. Sí señores, producto de la cargada de canastos, algo hacía uno para darse sus gusticos.

Terminada la extenuante jornada que iba de 7 de la mañana a 12 del medio día, más o menos, pues la tarde se la dedicaba a alquilar revistas de diverso tipo, que encontraba uno colgadas en tendidos de piola y nylon, desde la enciclopedia de Billiken hasta el Libro Gordo de Petete, donde conocía cosas que no sabía que existían. También conocí allí, gracias a un viejo amigo, que había un diccionario que sabía más que todos: El diccionario Larousse. Palabra que no conocía en mis lecturas de libros y revistas de aventura como Kalimán, Sandokán, Memín, Condorito, Supermán, Batman y Robín, el santos;  luchador Mexicano  etc., me obligaban a consultar el “sabelotodo”. Esta actividad la acompañaba de deliciosos pandeyucas con cebada.

Al ver que me gustaba la lectura, mi abuelo, también como buen lector, me compartía las Selecciones de Reader’s Digest, la plataforma de búsqueda más actualizada que había.

¿HAY MÁS VIDA EN OTROS UNIVERSOS?

En mi afán de descubrir el mundo me topé con la televisión. La verdad, pocón, pocón. Entre otras cosas porque el televisor era un verdadero artículo de lujo. Recuerdo que cuando llegó el primer televisor a mi familia, eso fue todo un acontecimiento. Esa noche, como dijo Emeterio, el de Los Tolimenses, nadie durmió. No porque la programación fuera buena, si no porque les daba pena irse y dejar hablando solos a los señores y señoras de la televisora en la sala.

Sin embargo, hay unos programas que marcaron mi vida. De entretención, podemos hablar de Animalandia, Ultramán, Meteoro, Heidi, El Chavo del Ocho, el Hombre Nuclear, la Mujer Biónica, la Mujer Maravilla, los Duques de Hazard, Plaza Sésamo. De cultura y conocimiento: El pasado en presente, Concéntrese, Cabeza y Cola, Yo sé quién sabe lo que usted no sabe, Naturalia. En mi casa, Arturo Abella y su Telediario eran las voces autorizadas para las noticias.

Anécdota: como todos los niños de esa época, yo no fui la excepción y tuve que fungir como control remoto de los familiares mayores. Quizás por eso, para muchos de nosotros no fue la televisión una prioridad.

LA DIVERSIÓN NO ES UN JUEGO DE NIÑOS Y EL TRABAJO TAMPOCO.

Sin embargo, la formación de familia, la misma necesidad y la ganas de salir adelante lo empujan a uno a trabajar. Así las cosas, nos trasladamos al barrio Gaitán. Ya más crecidito, preadolescente, me interesé más que por el fútbol, por el baloncesto. La moda de los tenis bacanos, de alardear frente a las féminas, y el compartir la práctica y el entrenamiento deportivo, me llevó a tener cierto nivel empírico de habilidad para el manejo del deporte de la cesta.

Para ese lapso, con mi primo Carlos nos dimos a la aventura de cuidar carros en la Estación. Labor que hacíamos hasta medianoche, porque había que estudiar al otro día.

En términos de diversión, a oídas porque yo no lo conocí, existía un lugar denominado La Barca de Juan Bustos. Investigando, me encontré que este lugar de esparcimiento donde los soldados iban a hacer sus fiestas, los fines de semana, ubicado a orillas del Magdalena, inicialmente fue un barco rodante que creó un tellense llamado Juan Bustos, que fue granero y llegó a ser un banco, cerca a la galería. Pero, bueno, al final la historia se queda en que fue un sitio donde los neivanos y sus novias se encontraban para divertirse.

De grata recordación también estaba el centro recreacional Los Picapiedra, en el barrio 7 de agosto, sitio de encuentro de amigos y familias los fines de semana con diversas actividades, entre ellas el tejo.

En Neiva, estoy hablando de finales de los años 70 y comienzos de los 80, existían los siguientes teatros de cine: El Pigoanza, mítico escenario de grandes presentaciones, no tanto de cine, sino artísticas y culturales. Punto de encuentro de la juventud neivana, ávida de nuevos estrenos cinematográficos. Unos más antiguos, pero menos concurridos el teatro Bolívar (Calle 9 entre carreras 3ª y 4ª), el teatro Cincuentenario (calle 8ª carrera 6ª esquina), el Tropical (calle 8ª, entre carrera 5ª y 6ª, más arriba de la iglesia Colonial), el Libia (calle 11 entre carreras 5ª y 6ª); y finalmente el Avenida (Calle 21 entre carreras 8ª y 9ª Tenerife). Unos con películas de actualidad como el Pigoanza, otros musicales como el Libia, otros XXX como el Cincuentenario, y muchos años después el cinema La Gaitana que compitió hasta convertirse en uno de los mejores de la ciudad.

Bares y billares como el Taurino, el Manolo eran el punto de encuentro de pensionados y desempleados. En donde también se cuentan grandes historias de apuestas y juegos de azar, como ganar o perder una finca cafetera o una casa por una sola carambola.

Sobra decir, que para las fiestas del bambuco, la llegada de casetas como la Machaca y la presentación de grandes artistas en clubes como el del Comercio, Cívico, Caja Agraria, Club Social, Campestre, era la mejor propuesta de entretención. También –y no sé por qué lo quitaron— el festival de orquestas en la Concha Acústica, el estadio Urdaneta Arbeláez o el Plazas Alcid, donde los artistas que iban a los diferentes clubes tenían que hacer una presentación gratuita. Para ese tiempo, recuerdo que el tablado era en el parqueadero de la Estación del Ferrocarril (costado sur),así que se nos suspendía el trabajo, que remplazábamos vendiendo cerveza y aguardiente en las fiestas.

¿Y NO HAY ALGO MÁS FAMILIAR?

Se le tiene, como en botica. ¡Claro!

En las fiestas se acentuaban los paseos de olla. Porque ríos y quebradas era lo que había. Entre los más conocidos estaban Pozo Azul, la Cristalina, Amborco, Baché, La Cucaracha, Río Aipe, quebrada El Aceite vía a Fortalecillas. Más lejano, El Pailón en Palermo. Tengamos en cuenta que no existía la Represa de Betania. Es evidente que se me pasarán sitios, pero recuerden que esta es una historia personal, no el compendio histórico. Ahora, que ayude a construir esa memoria, pues en eso sí estoy de acuerdo.

Hubo un tiempo en el que dos sitios en especial eran de gran afluencia, más que todo los domingos: se trataba del centro recreacional Las Palmeras y Los Guaduales.

El primero, ubicado en el barrio Las Granjas, se destacaba porque tenía una piscina en donde los grandes dejaban a los más pequeños, mientras se pegaban su bailadita al sonar de la radiola, o algunas veces, con orquesta en vivo.

El segundo, era un lugar campestre en la vía que de Neiva conduce a Campoalegre, también con piscina, en donde niños y grandes encontraban grandes diversiones y entretenimiento.

COMERCIO DE MODA

Inicialmente, para la época, el almacén más concurrido era el Yep, insignia regional. Luego llegó el Ley que se hizo en el costado norte de la Galería, justo al frente. Recordamos así, por encima, La Gardenia, Leidy Lucar’s, la droguería Belga, entre otras. El calzado Rómulo Cedeño y las colchonerías de la carrera tercera entre la 5ª y 7ª. O la popular calle segunda, con el completo surtido para el campesinado que venía a la ciudad a hacer sus compras, pasarela también de “las chuscas” oferta do amor sin compromiso. Es de tener en cuenta que la Plaza de San Pedro era el terminal de transportes (ubicado en la carrera segunda, entre calles 4ª y 5ª.

No existían centros comerciales. Recuerdo que el primero que vi inaugurar por allá por los 80 fue el Megacentro, donde quedaba el teatro Bolívar, calle 9ª entre carreras 3 y cuarta. Años después se inauguró fue el Metropolitano. Haciendo esquina con el recordado Hotel Plaza, sitio emblemático que nunca conocí por dentro.

NEIVA 80. JUEGOS NACIONALES.

Para los jóvenes estudiantes de ese año, fue la gran sensación la participación en las coreografías de la inauguración de los Juegos Nacionales. Armendariz, organizador y coreógrafo, nos entrenó durante semanas.

DE AGUALULOS Y PÁJAROS

Ya entrados los años 80, algo así como el 81 u 82, era común que en Neiva se llevaran a cabo los populares agualulos o cocacolas bailables. Fiestas de jóvenes en casas de barrio –y entre semana-- que se reunían sin más intención e interés que bailar al ritmo de los más connotados artistas. A las 6 de la tarde no había ni rastro de la “jurrusca”, realizada casi siempre, a escondidas de los padres. Allí escuchábamos a Los Hispanos, La Típica RA7, Los Melódicos, Fruko y sus Tesos, etc. Lo único que se invertía era baile.

Con el pasar del tiempo, la costumbre fue mutando a subcultura –así la llamo yo—.

Para ese tiempo, nos trasladamos a vivir a los recién creados barrios Tuquila, Timanco, Lomalinda y Pozo Azul, al sur de la ciudad, donde se mostraba un nuevo aire y espacio en el que la juventud, lógicamente, carente de dinero, tenía que encontrar en qué pasar el rato. Es como se empiezan a ver agualulos innovadores, al que se les agregaba un componente: el estilo de baile. Un ritmo más alebrestao en el que los brazos se separaban del cuerpo de una manera exagerada, y en el que las vueltas y peripecias se hacían característicos, pero que al fin y al cabo terminaron imponiendo un estilo al que llamaron de “los pájaros”. Eran estos jóvenes “pájaros” los que pasaban de fiesta en fiesta, sin que los conocieran e invitaran a divertirse un rato. Sin embargo, la diversión para los anfitriones no era la misma. Unido esto a la estigmatización por ser del sur y porque también el tema de las pandillas, armas y peleas, inundó el espíritu ya no tan divertido de los pájaros. Sin embargo, me atrevo a decir que marcó toda una época, un estilo y una forma de gozarse la vida. No duró mucho, creo que no llegó al año 1988, pero que se vivió, se vivió.

PERSONAJES DE PUEBLO

De los personajes de barrio y de pueblo que conocí y que tengo referencia puedo hablar de los siguientes. Por supuesto que habrá muchos más. Ojalá algún día podamos escribir la historia completa de todos los barrios.

Venancio el voceador: Desgarbado, con malformaciones y limitaciones físicas evidentes que no le permitían caminar bien, debido a una poliomelitis, que afectó también partes vitales como su cerebro, habla y escucha… era un paisano que pese a todas las adversas circunstancias, vendía el periódico y se patoniaba si no toda la ciudad, sí gran parte de ella. Nadie le entendía, pero todos sabíamos que vendía el "aiioooooo iiiiiiaaaaa" y a fe que lo lograba.

La Soldado Sildana. Santandereana ella, llega al Huila a cuidar no solo de la fauna abandonada de los parques, sino que se apersona del cuidado y hasta hace trasladar los restos de los soldados que se encontraban en el Cementerio Central al Batallón Tenerife, donde les hizo y ayudó a construir un Mausoleo muy bonito. Fue una mujer con la que todos tuvimos que ver. No permitía el maltrato animal, ni en el parque Santander ni en los demás parques que tenían animales. Falleció en el año 1983, y con ella quedaron a su suerte todos sus protegidos.

Morocho. Como lo dijimos, Morocho es un personaje que marcó nuestra niñez. El soldado que fue capaz de organizar una manada de muchachos que, todos a la vez, querían montarse en las únicas atracciones que habían en ese sector de Neiva.

Kung Fu. La historia de Kung Fu está matizada de elementos difíciles de aceptar y de entender, por los que lo conocimos. Era un muchacho no tan agraciado, de pelo y facciones más bien indias, pero que tenía en el baile y en el patinaje sus fuertes más destacados. En Las Palmeras era todo un personaje –y todavía no lo entiendo—era perseguido por todas las mujeres, bellas o no, de Neiva. Algo tenía.

Los Jurado. Alberto Jurado y su hermano del que no recuerdo su nombre, eran unos muy destacados corredores de motos en Neiva, incluso campeones a nivel nacional de la categoría 500. Neiva en los años 80 se destacó por tener grandes corredores en todas las categorías. Federico y Francisco Díaz, El Sapito. Era todo un espectáculo las carreras de motos.

Frijolito. Sin enfrascarme en discusiones bizantinas sobre la apología al delito, hago referencia a este joven. Frijolito creció conmigo en el barrio Primero de Mayo. Hijo de don Enrique, el peluquero del sector; como todos nosotros era de origen humilde y sencillo. Cuando lo volví a escuchar y ver, fue ya en los barrios del sur, pero infortunadamente por su historial violento y de delincuencia que ostentaba. Muy triste saber que un joven que conocí lleno de ilusiones y de sueños, terminó siendo un capo del delito y del terror en Neiva. Tristemente célebre por sus múltiples crímenes, tuvo en vilo a muchos de quienes se atrevían a enfrentarlo.

John Emyly Narváez

Bogotá, enero de 2021

LA MADRE  MONTE    

                          LA LLORONA







No hay comentarios: