Si las niñas a los trece
Dame a mi lo que te pido
Cuando yo estaba chiquito
Esta noche llueve y llueve
Los calzones de mi suegra
San Agustín Huila |
Estrcho del Magdalena-Huila |
Con frutas de mano en mano
Feliz el hombre casado
RELATOS DE MI NEIVA
CATÓLICO, APOSTÓLICO Y NEIVANO
Ah, mi Neiva calenturienta y arrebolada. Tierra hermosa de calles a
medias y casas rústicas, donde parece que el reloj se detuviera a determinadas
horas –a medio día para ser más exactos--; y en donde hasta el sol se toma su
tiempo, se esconde, saca la sombrilla y se resguarda del impresionante calor.
Neiva, la de los años 70 y 80, donde las oportunidades no fueron
precisamente ni cultivo, ni cosecha. Donde la educación no llegaba ni se daba,
como las guayabas, mangos y mamoncillos, en todos los solares de las casas.
Donde muy pocos eran dueños, amos y señores de todo, y casi todos nos
conformábamos con nada. Esa era mi Neiva hermosa.
Quizás algunas cosas hayan cambiado, unas para mejor, otras no tanto. Otras
tal vez siguen igual. No soy quién para juzgarlo. Pero, sin embargo, de lo que
sí estoy seguro es que Neiva es mi terruño querido, lugar donde me crié y
crecí.
Pueblo que para mediados de año se transformaba y abría sus puertas a
todos los “turistas de otra parte” que venían a disfrutar las carnestoléndicas
jornadas sampedrinas.
Neiva no era lo mismo, de eso doy fe. La gente cambiaba. Era más alegre,
desbordaba así fuera ocasionalmente en identidad y cultura. El sanjuanero, las
rajaleñas, la matada del marrano, la hechura del acompañamiento (insulso,
envuelto, arepa delgadita, masato, rellena, bofe, corazón y morcilla), y la
consabida sacada de manteca de marrano, que al contrario de hoy, no era
perjudicial ni dañina, si no que se constituía en el reemplazo del aceite para
la preparación de los alimentos. Esta duraba, incluso hasta el mes de agosto.
VERDADES A MEDIAS
Dos mitos regionalistas nos distinguían a nivel nacional: el hablado y
la pasmosidad y lentitud con la que –decían—hacíamos las cosas. Lo que los más
dañinos han querido tildar de pereza.
Algunos paisanos se enojan, en cambio otros orgullosamente seguimos
profesando y exhibiendo.
Sobre el hablado, acompasado y alargado en nuestras expresiones,
considero que es identidad y hace parte de nuestra esencia. Así es como
hablamos, nada qué hacer. Así como el costeño trata de acortar las palabras, el
opita las extiende. De ahí el cuento del bus más largo y el más corto de
Colombia. El más largo está en Neiva: “allá viene el buuuuuuuuuuuus” y el más corto
está en la Costa: “allá viene el bú”. Yo no sé por qué hay gente que le da pena
y se molesta por eso.
Sobre la lentitud con la que hacemos las cosas, es un mito que el
imaginario colectivo, a veces despectivo de otras regiones, quiere imponer para
‘ofender’ a los opitas. El problema no es ese. El problema es que los opitas
creamos en eso, porque ahí sí estamos perdidos.
La historia que conozco es que, debido al acentuado calor que desde las
diez hasta las 3 de la tarde castiga la ciudad y la región, era muy común que
las jornadas laborales —agrícolas y al aire libre— fueran desde las 4 hasta las
10 de la mañana y otra de 4 de la tarde, incluso hasta tardías horas de la
noche. De 10 de la mañana a 4 de la tarde, la gente se encerraba en sus casas,
muchas veces durmiendo la siesta. Eso determinó que nos pusieran en un plano de
“flojos pa’l trabajo”. Unido al hablado acompasado y lento, pues así nos fueron
calificando.
Yo, me declaro neivano y opita de pura cepa. Nada me hará cambiar mi
esencia ni idiosincrasia. Opita por aquello de opa mijo, ópale, se está
pasando, opale viva la fiesta, opa que fue eso? .Para todo era opa. Por
esa razón nos llaman opitas.
Dicho esto, entramos en materia. ¿Cómo fue mi niñez, crianza y
crecimiento en una ciudad que como dijimos tan poco ofrecía? Pues, ténganse de
atrás, porque la pasé muy bueno… como dice el estribillo popular.
Mis recuerdos de niñez se concentran en el Primero de Mayo, barrio
longitudinal a la calle 11 de Neiva entre carreras 16 a la 23 más o menos,
porque sigue el barrio 20 de julio y luego el 07 de agosto (pa’ que vean que es
planeamiento del sector era cronológico). Corrían los primeros años de los 70.
De allí rescato la memoria del celador de la escuelita Guillermo Montenegro, un
señor de edad avanzada —llamado Fermín— que nos contaba la historia de cómo su
hermano Cándido Leguízamo había sido el héroe en la guerra con el Perú, por
allá en el año 1932.
Distracciones? Pues varias, que les contaré a continuación.
DESCUBRIMIENTO DE DOS MUNDOS
Para un niño de esa edad, en esa época entretenido era recorrer la Toma
desde el barrio 7 de agosto, que --desde su nacimiento—incluso permitía pescar.
Ese riachuelo o quebrada (bocatoma del acueducto municipal) fue testigo de
muchas hazañas infantiles. Era todo un paseo hacer la travesía. Arrancábamos
desde el mismo puente del ferrocarril (carrera 16) que marcaba la diferencia
entre la Toma canalizada hacia el occidente y la inhóspita y ávida de explorar
Toma llena de avechuchos y fauna silvestre y citadina hacia el oriente. Toda
una aventura. Recorríamos el trayecto como “niños excursionistas” descubriendo
nuevos mundos. Lo cierto es que lo descubrimos mal contadas unas cien mil
veces.
La parte occidental del atractivo recreacional era subir y bajar por el
mismo riachuelo ya “acanalado” hasta que alguien resbalaba y hacía trepidar
toda la estructura desde su nacimiento hasta la misma desembocadura… el totazo
era fenomenal. Pero el peligro no era tanto el golpe si no más bien el olorcito
con el que quedábamos impregnados, y que para ese trayecto ya venía matizado y
acompañado de toda las aguas servidas de la ciudadanía neivana.
LA PASADA DEL TREN
¿Quién en su niñez, estando en Neiva y viviendo cerca de la línea
férrea, hizo concursos de equilibrio sobre los rieles y apuestas de carreras;
además de esconderse en los huecos del puente de las ceibas para ver el auto
ferro por debajo y también se nos ocurría colocar su oído pegado al riel y adivinar
cuán cerca venía el tren, auto ferro o carro motor? Más de uno tiene la
cicatriz de una oreja quemada por el canicular sol neivano.
¿Quién, a su vez, no aprovechaba la pasada del tren para “machucar” las
tapas de gaseosa y cerveza, dejándolas tan lisas que quedaban listas para jugar
tres huecos, cinco huecos y fabricar las populares panderetas de Navidad?
LOS JUEGOS DE MODA
Era común –y gradual por temporadas comerciales— que salían del baúl o
había que comprar los trompos, las bolas o canicas, el yoyo, el plato chino, la
coca, el frisbee, el hula, hula. En las niñas, el Yaz. Artes lúdicas
tradicionales que creaban a nivel barrial grandes ídolos y campeones a emular.
Lo cierto es que cuando uno ya era un ‘duro’ para el juego, pues llegaba otro
nuevo y había que actualizarse.
Entretenciones que se mezclaban con juegos de habilidad y destreza como
Yeimi, salto de lazo, la correa
escondida. La vuelta a Colombia con canicas o bolas. stop (congelado),
en donde también el escondite salía a relucir. Claro, no faltaba el escondite
americano, al que uno como pequeño no tenía ni la más remota posibilidad de
jugar. ¿Era cuestión de cédula, de hormonas o de ingenuidad? Vaya uno a saber.
FÚTBOL CON SABOR A TAMARINDO
Actividad recreacional que inundaba de alegría nuestras infantiles
etapas. Era –ni más ni menos— atravesar la Toma en su costado norte y llegar al
vértice en el que confluían la carrilera y la bocatoma. En la parte sur del
estadio Plazas Alcid había un árbol de tamarindo que en su temporada brindaba a
todo el que llegara las delicias de una fruta exótica. El caso es que, el
problema no era bajar la fruta, si no llegar hasta el sitio. Todo tenía su
hazaña y tiene su riesgo. Nos tocaba granjearnos –unas veces amistosamente,
otras no tanto— con los párvulos del barrio la Libertad. Eran confrontaciones
sanas, en los que si había pelea era entre fulano y zutano, sin intervención de
nadie más. Era a puño limpio y la intención nunca fue eliminar a nadie, si no
de marcar territorio. Muy próspera y prolífica eran las épocas donde
dedicábamos el tiempo a la recolección de mangos, mamoncillos y guayabas; donde
más guayabas había era sobre la orilla de
la quebrada el Venado en la parte
superior o cabecera que colindaba con el río las Ceibas; pero este territorio
lo tenían dominado los muchachos del barrio Las Granjas. Uno tenía que
internarse por esos espesos montes y no permitir que le cogiera la noche,
porque era difícil salir de ellos.
Igualmente, idéntico ejercicio tocaba realizar para “colarnos” en los
partidos que solían llevarse a cabo en el estadio (para ese tiempo construido
en ángulos y tablas). Actividad: ir a ver por debajo de las graderías, al final
del partido, a quién se le caía plata o algo de valor que quedara abandonado en
el piso. O volverse amigo del señor que repartía camisetas para lograr alguna y
ese era el distintivo como recoge
bolas en esos encuentros,
MADE IN COREA
Así como lo oyen, desde el mismísimo país asiático, para la niñez y
juventud del sector centro-occidente de Neiva.
Nunca supimos su nombre de pila, pero fuimos testigos de su gran amor
patrio; de su gran servicio y vocación militar. No por nada era el Comandante
en Jefe del parque Calixto Leyva, Barrio de las Granjas, . Muy temprano llegaba
y se encargaba, con voz y mando militar, nada más y nada menos, de organizarnos
estrictamente en orden de llegada. Eso sí, primero las niñas, pero sin colarse
ni repetir fila. Era un orden detallado para acceder a los columpios,
pasamanos, a la cadena y, en fin, a las diferentes diversiones. Era el árbitro
y juez que dirimía las disputas que no faltaban entre los muchachos. Nunca
aceptaba la violencia como respuesta. Nos invitaba siempre a cumplir y a ser
respetuosos de las normas y de las personas. Recuerdo que decía que si uno
cumple no tiene por qué preocuparse.
Era todo un personaje. Vestía sombrero texano, botas ídem, blue jean y
camisa de cuadros, correa con una chapa ancha. Gafas oscuras, al mejor estilo
latin-lover. Me parece estarlo viendo, esgrimiendo su única arma: el silbato
con el que nos hacía quedar “paralizados”.
Morocho le decíamos. Sabíamos también que era veterano de la guerra de
Corea y que no tenía familia. Que ofrecía sus servicios de manera voluntaria y
desinteresada para que “todos los niños pudiéramos usar el parque”. Obvio, no
faltaban aquellos que se adueñaban de las atracciones, pero Morocho llegaba
siempre a imponer el orden.
LA ESTACIÓN FUE MI DESTINO.
No es que sea hombre mundano, ni tampoco callejero. En menos de diez cuadras
a la redonda, lo que tenía era diversión.
Fui creciendo y en la misma medida, fui conociendo más mundo. Próximo
destino: la Estación del Ferrocarril. Sitio plagado de diversión y
entretenimiento, pero no exactamente para nuestra edad. Todo era para gente
mayor. Sin embargo, cuando llegaba el auto ferro, era entretención ir a ver
quién llegaba o se iba… acto seguido, la consabida “colada” para ir a dar la
vuelta del auto ferro (giro que daba diez cuadras arriba de la estación para
quedar nuevamente en dirección a Girardot).
El tren de la alegría, que traía las candidatas al reinado nacional, era
todo un acontecimiento su llegada a Neiva. Allí confluía toda la crema y nata.
También fue de primera clase el espectáculo que los borrachines de la
Estación y el bar “Guaitipán” ofrecían a los transeúntes. Verdaderas jornadas
boxísticas que aprovechaban algunos para sacar sus dotes de locución y
presentación, narrando en detalle los pormenores de la pelea entre fulano y zutano
(otra vez los peleoneros, sí señor). Llegaban desde el Barrio Las Granjas con
un entrenador de apellido Vallejo y se las daban de muy importantes por que traían a su gran boxeador Joselito.
Cerca de allí también estaba (no sé si habrían más en ese momento) la
discoteca Arde París, donde iban las parejas a divertirse.
No faltaba el asadero SuperPollo, lugar de obligada concurrencia de las
familias neivanas. Negocio que se disputaba con Las Vegas la gratitud de
propios y visitantes. Eran los negocios de moda y de mostrar.
EMPRENDIMIENTO INFANTIL
Importante resaltar que en edad cursante, ya había incursionado en
menesteres del comercio como la venta de escoba pajarito, el migajón, guayabas, mamoncillos y la
granza.
Gracias a que mi tío Jaime era el conductor de un vehículo férreo
llamado carro motor o gasolina. Además de que él vivía en Villavieja, pueblito
cercano una hora a Neiva, pues aprovechábamos cuando vacío hacía sus viajes de
esta población hasta la capital, para traer nuestros productos. En efecto,
teníamos que ir a recoger la escoba, el migajón y la granza.
La escoba era una planta que tenía cualidades de alta durabilidad y
resistencia, que las señoras aprovechaban para barrer. El migajón, por su lado,
se componía de boñiga de caballo, que servía de abono para los jardines de las
casas. Por su parte, la granza era un residuo de la cáscara del arroz, que
recogíamos de los silos de Idema a borde de carrilera, que al ser tratado, daba
una especie de polvo grueso de color violáceo, que de todos modos, servía como
detergente y jabón de loza. La bolsa de guayabas y de mamoncillos que recogíamos del Venado, de una de las quebradas que cruzaban la vía hacia el corregimiento de Fortalecillas. Nos hubiera ido muy bien, pa’ qué, pero a nuestra
edad, y en ese tiempo, era muy normal que pidieran la mercancía y no la
pagaran. Eso no lo entendí de los mayores.
CURIOSIDAD DE EXPORTACIÓN.
Ya habiendo recorrido tanto mundo, y con las ganas de descubrir que el
agua moja, pues extendí mis excursiones hasta el centro de la ciudad. Me
internacionalicé para ser más exactos. Allí si me percaté de que el mundo no se
circunscribía a mi barrio, el Primero de Mayo.
Como mi abuelo tenía un puesto donde vendía plátano, pues en achaques de
ir a acompañarlo y ayudarle en los quehaceres comerciales y transaccionales,
todos los sábados y domingos me iba para la galería a “chismosear” como
decíamos antes, hoy al decir de los jóvenes es “acumular millas”.
LA “GALEMBA” TODO UN CENTRO MUSICAL Y DE CULTURA
En el ambiente de una galería o plaza de mercado, como en todos los pueblos
del país, conoce uno la cultura regional. Que la venta de alimentos, de
artesanías, de utensilios baratos y hechizos. Muy al contrario del pensar de
muchos. Pero más allá de adquirir identidad –para mi orgullo— alcancé algo que
me dio, me da y me ha dado increíbles frutos.
Primeramente, en una de mis “correrías” me encontré lo que durante mucho
tiempo fue para mí una gran entretención. En una sencilla y humilde caseta, sin
más decoración que su mismo arte y habilidad musical, se encontraba un personaje
icónico para la memoria cultural huilense.
Era José Antonio Cuéllar Meléndez. Nombre que quizás no traiga nada a la
memoria del lector, pero si le digo que le decían “Rumichaca”, tal vez sepa de
quién hablo. Sin embargo, y como lo más probable es que la juventud no lo
conozca, les digo que fue –a mi modo de ver y en mi humilde opinión y
vivencia—el que con el doctor Miguel Barreto, y un grupo de personas, crearon
lo que durante 61 años se llama el Festival del Bambuco.
Pero ¿cómo un hombre tan importante pasaba sus días “dele que dele” al
tambor en una destartalada y descuidada caseta de la plaza de mercado de Neiva,
sin que tuviera la importancia debida? Porque así es la vida… y más en mi
tierra.
De él aprendí los pormenores del rajaleñas… El retumbar de un tambor
bien “ajinao”, como decía, o la gran diferencia entre la ráfaga tastaseada de
un “macho-renco” y el acompasado y bien llevado ritmo del rajaleñas. Me habló
de las variadas formas de versificación y tonalidad como la de Teruel, la de
Fortalecillas y la de Peñasblancas.
Alguna vez llegó allí el padre Andrés Rosa. De origen italiano, pero más
opita que el mismo rajaleñas, que fue capaz de describir, dar forma e identidad
a lo que parecía una simple rima coplera campesina, a todo un estilo musical, orgullo
huilense.
Tanto el uno como el otro, no ahorraban calificativos para decirse lo
que mutuamente se admiraban y lo que habían logrado para la historia.
Mejor dicho, palabras más, palabras menos, hice mi diplomado y
especialización en rajaleñas. Quién creyera, a mis 11 años tuve el profesor más
calificado: uno de sus creadores. Y para dar fe de mi evolución musical, el
padre Rosa no solo me dio la bendición, si no que fue mi director de “tesis”.
En las “vueltas de plaza” conocí también al “de la hojita”, un
parroquiano –del que nunca supe su nombre-- que se ganaba la vida haciendo
sonar una hoja de naranjo o limón, en medio de sus labios, en cuya vibración se
desprendía un sonido muy musical al oído y que era deleite de visitantes y
turistas. Un verdadero patrimonio inmaterial que deberíamos rescatar.
Al volverme “baquiano” en el arte de deambular, pues integré el ejército
de jóvenes que se ofrecían a cargar canastos desde la galería hasta el paradero
de buses, travesía que obligaba a cruzar un paradisiaco lugar:
TRABAJE, LEIGA E INSTRUIGASE.
El Pasaje Camacho. Lo conformaba toda una manzana, en la que se vendía
de todo y para todos. Allí adquirí y empecé a disfrutar de uno de los más
grandes placeres: la lectura. Sí señores, producto de la cargada de canastos,
algo hacía uno para darse sus gusticos.
Terminada la extenuante jornada que iba de 7 de la mañana a 12 del medio
día, más o menos, pues la tarde se la dedicaba a alquilar revistas de diverso
tipo, que encontraba uno colgadas en tendidos de piola y nylon, desde la
enciclopedia de Billiken hasta el Libro Gordo de Petete, donde conocía cosas
que no sabía que existían. También conocí allí, gracias a un viejo amigo, que
había un diccionario que sabía más que todos: El diccionario Larousse. Palabra
que no conocía en mis lecturas de libros y revistas de aventura como Kalimán,
Sandokán, Memín, Condorito, Supermán, Batman y Robín, el santos; luchador Mexicano etc., me obligaban a consultar el “sabelotodo”.
Esta actividad la acompañaba de deliciosos pandeyucas con cebada.
Al ver que me gustaba la lectura, mi abuelo, también como buen lector,
me compartía las Selecciones de Reader’s Digest, la plataforma de búsqueda más
actualizada que había.
¿HAY MÁS VIDA EN OTROS UNIVERSOS?
En mi afán de descubrir el mundo me topé con la televisión. La verdad,
pocón, pocón. Entre otras cosas porque el televisor era un verdadero artículo
de lujo. Recuerdo que cuando llegó el primer televisor a mi familia, eso fue
todo un acontecimiento. Esa noche, como dijo Emeterio, el de Los Tolimenses,
nadie durmió. No porque la programación fuera buena, si no porque les daba pena
irse y dejar hablando solos a los señores y señoras de la televisora en la
sala.
Sin embargo, hay unos programas que marcaron mi vida. De entretención,
podemos hablar de Animalandia, Ultramán, Meteoro, Heidi, El Chavo del Ocho, el
Hombre Nuclear, la Mujer Biónica, la Mujer Maravilla, los Duques de Hazard,
Plaza Sésamo. De cultura y conocimiento: El pasado en presente, Concéntrese,
Cabeza y Cola, Yo sé quién sabe lo que usted no sabe, Naturalia. En mi casa,
Arturo Abella y su Telediario eran las voces autorizadas para las noticias.
Anécdota: como todos los niños de esa época, yo no fui la excepción y
tuve que fungir como control remoto de los familiares mayores. Quizás por eso,
para muchos de nosotros no fue la televisión una prioridad.
LA DIVERSIÓN NO ES UN JUEGO DE NIÑOS Y EL TRABAJO TAMPOCO.
Sin embargo, la formación de familia, la misma necesidad y la ganas de
salir adelante lo empujan a uno a trabajar. Así las cosas, nos trasladamos al
barrio Gaitán. Ya más crecidito, preadolescente, me interesé más que por el
fútbol, por el baloncesto. La moda de los tenis bacanos, de alardear frente a
las féminas, y el compartir la práctica y el entrenamiento deportivo, me llevó
a tener cierto nivel empírico de habilidad para el manejo del deporte de la
cesta.
Para ese lapso, con mi primo Carlos nos dimos a la aventura de cuidar
carros en la Estación. Labor que hacíamos hasta medianoche, porque había que
estudiar al otro día.
En términos de diversión, a oídas porque yo no lo conocí, existía un
lugar denominado La Barca de Juan Bustos. Investigando, me encontré que este
lugar de esparcimiento donde los soldados iban a hacer sus fiestas, los fines
de semana, ubicado a orillas del Magdalena, inicialmente fue un barco rodante
que creó un tellense llamado Juan Bustos, que fue granero y llegó a ser un
banco, cerca a la galería. Pero, bueno, al final la historia se queda en que
fue un sitio donde los neivanos y sus novias se encontraban para divertirse.
De grata recordación también estaba el centro recreacional Los
Picapiedra, en el barrio 7 de agosto, sitio de encuentro de amigos y familias
los fines de semana con diversas actividades, entre ellas el tejo.
En Neiva, estoy hablando de finales de los años 70 y comienzos de los
80, existían los siguientes teatros de cine: El Pigoanza, mítico escenario de
grandes presentaciones, no tanto de cine, sino artísticas y culturales. Punto
de encuentro de la juventud neivana, ávida de nuevos estrenos cinematográficos.
Unos más antiguos, pero menos concurridos el teatro Bolívar (Calle 9 entre
carreras 3ª y 4ª), el teatro Cincuentenario (calle 8ª carrera 6ª esquina), el
Tropical (calle 8ª, entre carrera 5ª y 6ª, más arriba de la iglesia Colonial),
el Libia (calle 11 entre carreras 5ª y 6ª); y finalmente el Avenida (Calle 21
entre carreras 8ª y 9ª Tenerife). Unos con películas de actualidad como el
Pigoanza, otros musicales como el Libia, otros XXX como el Cincuentenario, y
muchos años después el cinema La Gaitana que compitió hasta convertirse en uno
de los mejores de la ciudad.
Bares y billares como el Taurino, el Manolo eran el punto de encuentro
de pensionados y desempleados. En donde también se cuentan grandes historias de
apuestas y juegos de azar, como ganar o perder una finca cafetera o una casa
por una sola carambola.
Sobra decir, que para las fiestas del bambuco, la llegada de casetas
como la Machaca y la presentación de grandes artistas en clubes como el del
Comercio, Cívico, Caja Agraria, Club Social, Campestre, era la mejor propuesta
de entretención. También –y no sé por qué lo quitaron— el festival de orquestas
en la Concha Acústica, el estadio Urdaneta Arbeláez o el Plazas Alcid, donde
los artistas que iban a los diferentes clubes tenían que hacer una presentación
gratuita. Para ese tiempo, recuerdo que el tablado era en el parqueadero de la
Estación del Ferrocarril (costado sur),así que se nos suspendía el trabajo, que
remplazábamos vendiendo cerveza y aguardiente en las fiestas.
¿Y NO HAY ALGO MÁS FAMILIAR?
Se le tiene, como en botica. ¡Claro!
En las fiestas se acentuaban los paseos de olla. Porque ríos y quebradas
era lo que había. Entre los más conocidos estaban Pozo Azul, la Cristalina,
Amborco, Baché, La Cucaracha, Río Aipe, quebrada El Aceite vía a Fortalecillas.
Más lejano, El Pailón en Palermo. Tengamos en cuenta que no existía la Represa
de Betania. Es evidente que se me pasarán sitios, pero recuerden que esta es
una historia personal, no el compendio histórico. Ahora, que ayude a construir
esa memoria, pues en eso sí estoy de acuerdo.
Hubo un tiempo en el que dos sitios en especial eran de gran afluencia,
más que todo los domingos: se trataba del centro recreacional Las Palmeras y
Los Guaduales.
El primero, ubicado en el barrio Las Granjas, se destacaba porque tenía
una piscina en donde los grandes dejaban a los más pequeños, mientras se
pegaban su bailadita al sonar de la radiola, o algunas veces, con orquesta en
vivo.
El segundo, era un lugar campestre en la vía que de Neiva conduce a
Campoalegre, también con piscina, en donde niños y grandes encontraban grandes
diversiones y entretenimiento.
COMERCIO DE MODA
Inicialmente, para la época, el almacén más concurrido era el Yep,
insignia regional. Luego llegó el Ley que se hizo en el costado norte de la
Galería, justo al frente. Recordamos así, por encima, La Gardenia, Leidy
Lucar’s, la droguería Belga, entre otras. El calzado Rómulo Cedeño y las
colchonerías de la carrera tercera entre la 5ª y 7ª. O la popular calle
segunda, con el completo surtido para el campesinado que venía a la ciudad a
hacer sus compras, pasarela también de “las chuscas” oferta do amor sin
compromiso. Es de tener en cuenta que la Plaza de San Pedro era el terminal de
transportes (ubicado en la carrera segunda, entre calles 4ª y 5ª.
No existían centros comerciales. Recuerdo que el primero que vi
inaugurar por allá por los 80 fue el Megacentro, donde quedaba el teatro
Bolívar, calle 9ª entre carreras 3 y cuarta. Años después se inauguró fue el
Metropolitano. Haciendo esquina con el recordado Hotel Plaza, sitio emblemático
que nunca conocí por dentro.
NEIVA 80. JUEGOS NACIONALES.
Para los jóvenes estudiantes de ese año, fue la gran sensación la
participación en las coreografías de la inauguración de los Juegos Nacionales.
Armendariz, organizador y coreógrafo, nos entrenó durante semanas.
DE AGUALULOS Y PÁJAROS
Ya entrados los años 80, algo así como el 81 u 82, era común que en
Neiva se llevaran a cabo los populares agualulos o cocacolas bailables. Fiestas
de jóvenes en casas de barrio –y entre semana-- que se reunían sin más
intención e interés que bailar al ritmo de los más connotados artistas. A las 6
de la tarde no había ni rastro de la “jurrusca”, realizada casi siempre, a
escondidas de los padres. Allí escuchábamos a Los Hispanos, La Típica RA7, Los
Melódicos, Fruko y sus Tesos, etc. Lo único que se invertía era baile.
Con el pasar del tiempo, la costumbre fue mutando a subcultura –así la
llamo yo—.
Para ese tiempo, nos trasladamos a vivir a los recién creados barrios
Tuquila, Timanco, Lomalinda y Pozo Azul, al sur de la ciudad, donde se mostraba
un nuevo aire y espacio en el que la juventud, lógicamente, carente de dinero,
tenía que encontrar en qué pasar el rato. Es como se empiezan a ver agualulos
innovadores, al que se les agregaba un componente: el estilo de baile. Un ritmo
más alebrestao en el que los brazos se separaban del cuerpo de una manera
exagerada, y en el que las vueltas y peripecias se hacían característicos, pero
que al fin y al cabo terminaron imponiendo un estilo al que llamaron de “los
pájaros”. Eran estos jóvenes “pájaros” los que pasaban de fiesta en fiesta, sin
que los conocieran e invitaran a divertirse un rato. Sin embargo, la diversión
para los anfitriones no era la misma. Unido esto a la estigmatización por ser del
sur y porque también el tema de las pandillas, armas y peleas, inundó el
espíritu ya no tan divertido de los pájaros. Sin embargo, me atrevo a decir que
marcó toda una época, un estilo y una forma de gozarse la vida. No duró mucho,
creo que no llegó al año 1988, pero que se vivió, se vivió.
PERSONAJES DE PUEBLO
De los personajes de barrio y de pueblo que conocí y que tengo
referencia puedo hablar de los siguientes. Por supuesto que habrá muchos más.
Ojalá algún día podamos escribir la historia completa de todos los barrios.
Venancio el voceador: Desgarbado, con malformaciones y limitaciones
físicas evidentes que no le permitían caminar bien, debido a una poliomelitis,
que afectó también partes vitales como su cerebro, habla y escucha… era un
paisano que pese a todas las adversas circunstancias, vendía el periódico y se
patoniaba si no toda la ciudad, sí gran parte de ella. Nadie le entendía, pero
todos sabíamos que vendía el "aiioooooo iiiiiiaaaaa" y a fe que lo
lograba.
La Soldado Sildana. Santandereana ella, llega al Huila a cuidar no solo
de la fauna abandonada de los parques, sino que se apersona del cuidado y hasta
hace trasladar los restos de los soldados que se encontraban en el Cementerio
Central al Batallón Tenerife, donde les hizo y ayudó a construir un Mausoleo
muy bonito. Fue una mujer con la que todos tuvimos que ver. No permitía el
maltrato animal, ni en el parque Santander ni en los demás parques que tenían
animales. Falleció en el año 1983, y con ella quedaron a su suerte todos sus
protegidos.
Morocho. Como lo dijimos, Morocho es un personaje que marcó nuestra
niñez. El soldado que fue capaz de organizar una manada de muchachos que, todos
a la vez, querían montarse en las únicas atracciones que habían en ese sector
de Neiva.
Kung Fu. La historia de Kung Fu está matizada de elementos difíciles de
aceptar y de entender, por los que lo conocimos. Era un muchacho no tan
agraciado, de pelo y facciones más bien indias, pero que tenía en el baile y en
el patinaje sus fuertes más destacados. En Las Palmeras era todo un personaje
–y todavía no lo entiendo—era perseguido por todas las mujeres, bellas o no, de
Neiva. Algo tenía.
Los Jurado. Alberto Jurado y su hermano del que no recuerdo su nombre,
eran unos muy destacados corredores de motos en Neiva, incluso campeones a
nivel nacional de la categoría 500. Neiva en los años 80 se destacó por tener
grandes corredores en todas las categorías. Federico y Francisco Díaz, El
Sapito. Era todo un espectáculo las carreras de motos.
Frijolito. Sin enfrascarme en discusiones bizantinas sobre la apología
al delito, hago referencia a este joven. Frijolito creció conmigo en el barrio
Primero de Mayo. Hijo de don Enrique, el peluquero del sector; como todos
nosotros era de origen humilde y sencillo. Cuando lo volví a escuchar y ver,
fue ya en los barrios del sur, pero infortunadamente por su historial violento
y de delincuencia que ostentaba. Muy triste saber que un joven que conocí lleno
de ilusiones y de sueños, terminó siendo un capo del delito y del terror en Neiva.
Tristemente célebre por sus múltiples crímenes, tuvo en vilo a muchos de
quienes se atrevían a enfrentarlo.
John Emyly Narváez
Bogotá, enero de 2021
LA MADRE MONTE
LA LLORONA
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