AÑASCO EN BUSCA DE PIGOANZA
Impaciente del Río no esperó los informes de los exploradores sino que al día siguiente salió con veintisiete jinetes hasta el poblado, del cacique Aniobongo y de Pigoanza que encontró desierto, pero con trofeos adquiridos en la batalla. Como fuera ya de noche, acampó en los bohíos indígenas y repartió la guardia para evitar sorpresas. A la madrugada del siguiente día los centinelas Diego Quintero y Luis de Lizana dieron el alerta pues oíase un gran ruido proveniente de la montaña: Eran los guerreros coligados que conocedores de la presencia de los jinetes españoles y sabiendo que estos eran sensibles a las fatigas y las bestias susceptibles de morir, se aprestaban a destruir a los invasores.
Pigoanza con cinco mil indígenas entraron al ataque después de, aniquilar tres fugitivos que en la noche abandonaron el campo. Breve fue la lucha: Juan del Río y su caballo entraron a la historia con legendarios actos de valentía. Los aborígenes pretenden incendiar el poblado pero son sorprendidos. La estrategia prevista por del Río dio resultados y los diezmados escuadrones indígenas tuvieron dé refugiarse en las montañas.
Tanto la comisión exploradora de Diego de Mosquera llega a casa de lnando, cacique colaboracionista conocedor de la realidad y, a pesar de las advertencias que les fueron hechas, penetraron al campo descubierto con las debidas precauciones como el manear las bestias que permanecían ensilladas.


La lucha se entabló cuerpo a cuerpo, en desiguales condiciones de armamento. La ardentía indígena se estrelló el valor temerario de Juan del Río en su Ocón que hizo retroceder a las gentes de Pigoanza que luchaba por contenerlos. Vanos fueron los esfuerzos del valiente cacique: sus tropas se dieron a la fuga y contagiaron a las de Aniobongo; terminando la batalla con el triunfo español.
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